Querida tristeza,
Hoy no te necesito. Te tomaré cuando decidas volver y escucharé que vienes a contarme. Mientras, te agradezco que me hayas acompañado a darle un lugar en mi corazón a las pérdidas en mi vida: de mis seres queridos, mi visión idealizada del amor, mis propósitos no alcanzados, de la necesidad de reconocimiento... Sí, tristeza, he crecido y mi buena conciencia ha pasado a ser sólo conciencia. Ya no necesito mantenerme inocente. Puedo asumir mis tropiezos, mis caídas... y volver a levantarme. Muchas veces lo hago sola (sosteniéndome con toda la fuerza de mis ancestros); otras necesito que me acompañen y puedo pedirlo.
¡Chao tristeza! En mi despedida hay un hola a la alegría que sé que late en mí. Es una alegría serena, que me enseña a volar tomando tierra, que me hace sonreír, vivir el presente, apreciar los buenos momentos y sobre todo... que me permite amar.
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